No hay amor entre España y Eurovisón

Si en el mundo del fútbol España tenía su particular muro en los cuartos de final de los Mundiales y las Eurocopas de turno, el muro de la música española parece que lo tenemos en los últimos años en el Festival de Eurovisión. Un muro que nos impide, no solo quedar fuera de los 10 primeros sino que nos deja en los últimos años edición tras edición. Un desastre que ocurre independientemente de a quién presentemos, el estilismo, el orden de salida o la canción elegida. Ni siquiera el karaoke salido de las ediciones de Operación Triunfo nos ha permitido llegar cerca de lo más alto.

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Este año no ha sido una excepción. A pesar de las expectativas levantadas por la participación de la mediática Edurne, la posición no fue la mejor. Ni mucho menos. Saltó al escenario la cantante en el número de orden 21. Se supone que los últimos en salir al escenario cuentan con ventaja en las votaciones por el efecto memoria reciente en los votantes. Si es así, a España no le sirvió de nada. Acabó en el puesto 21 de 26 países participantes. Suecia ganó una vez más. Esta vez con la canción Heroes, interpretada por Mans Zelmerlow. Una canción bajo sospecha de plagio a David Guetta. 325 votos por 15 de la española.

Antes del inicio las sensaciones no eran malas. Edurne presentaba la canción Amanecer con una buena acogida en los ensayos. Una buena coreografía y un punto de sorpresa al desprenderse de una enorme capa para quedarse con vestido lleno de transparencias para llamar mejor la atención. Es una de las señas distintivas del festival en los últimos años. Casi tan importante es la canción como la puesta en escena. Y había que aprovechar la maravillosa naturaleza de la cantante. Ya en la gala en sí, la actuación de Edurne fue de las más aplaudidas. Ni por esas llegó un puesto honroso.

Pero más importante que todo eso es la cuestión política o culutural. Muchos países suelen votar en función de afinidades históricas o culturales con países vecinos. O con otros país de los que reciben inmigrantes. En el primero de los grupos encontramos a Suecia que suele recibir muchos apoyos de Dinamrca, Finlandia o Noruega. Entre los segundos, destaca el apoyo recibido por Turquía de Alemania en años anteriores a su salida del concurso. Todo cuenta.

Además, Eurovisión es una forma de sentirse europeos sin estridencias. Al giual que la Ryder Cup en el mundo del golf, Eurovisión es una forma de construir Eruopa de una forma amable y tratar de cohesionar países de muy distintas costumbres.

Luego tenemos la música. O el intento de música en algunos casos. Desde participantes frikis hasta la polémica de participantes como las rusas Tatu hace unos años. Porque Eurovisión es también un negocio en el que adquirir visibilidad y que busca un retorno económico en imagen que haga rentable la inversión realizada. España gasta en los últimos años alrededor de 400.000 euros por gala. Y cuenta con una audeincia superior al 35%. Un negocio redondo ya que hay pocos acontencimientos, más allá de los deportivos, que puedan superar esa cifra.

Además, siempre queda el orgullo de haber ganado. Abba ganó con Waterloo y Celine Dion también lo hizo. Aunque no siempre ha hecho falta para tener una carrera consolidada en la música. Ejemplos como Domenico Modugno, Sergio Dalma, Francoise Hardy o Mocedades dan fe de ello.